#LadiesStudioPorSiempre
Mi papá siempre recuerda que cuando estaba en el vientre de mi mamá me movía demasiado, así como también cuenta que su hermano nos visitaba y sacaba un cajón de la cómoda, lo tocaba y yo me ponía a bailar feliz. Pasó el tiempo y escuchaba cassettes de Fey en la sala de mi casa casi todos los días, bailando y creyéndome una de sus bailarinas. Y en el colegio, buscaba participar en la mayor cantidad de números de baile en las actuaciones. Esa sensación de estar sobre escenario siempre me ha encantado.
Luego pude integrar un elenco de baile en un show infantil y, aunque ensayábamos mucho, nunca teníamos una presentación hasta que ocurrió algo inesperado, alguien del grupo me invitó a participar de un casting para Yola Polastri. Creo no equivocarme al señalar que ese fue mi primer espacio formal de preparación escénica: cómo pararme, dónde colocar los brazos, cuándo y cómo improvisar en escena, etc. Durante las temporadas de Circo o Navidad, eran 3 o 4 funciones seguidas todos los días, y el cansancio era enorme, pero la adrenalina del escenario hacía que todo pase a segundo plano para ofrecer lo mejor de uno al público en la siguiente función.
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Esa oportunidad me permitió conseguir algunos “cachuelos” en otros shows y eventos corporativos o sociales. Sin embargo, fui creciendo y empezó a parecerme extraño que mi “presencia” me daba responsabilidades, más aún cuando, en otras ocasiones, me las quitaba porque “era muy grande”. A ello se sumó un ambiente de “competitividad” que, al final del día, solo me provocaba ansiedad. La emoción que me provocaba estar en un escenario se fue yendo de a pocos, ya sea porque me sorprendía encontrar gente que se creía más que el otro y, lejos de ayudarlo, buscaban la manera de perjudicarlo para sobresalir; o porque me seguía resonando lo de ser “muy grande”.
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Llegó la universidad y con ello la oportunidad de dejar de lado el baile formalmente, aunque siempre que iba a un espectáculo pensaba por dentro: “me gustaría estar ahí, junto a ellos”. Aquí conocí al que es hoy mi esposo quien, por esas cosas extrañas que tiene la vida, baila marinera así como su hermana, Campeona de Trujillo, y por quienes empecé a asistir a concursos y otros eventos donde ella participaba. Cuando la veía bailar me picaban los pies, moría de ganas por bailar también, aunque recordaba que a los 6 años mi profesora de danzas folklóricas del colegio me dijo: eres muy tosca para la marinera, tienes que bailar otras cosas.
Pero nunca es tarde y, decidida a demostrar que eso no era cierto, me inscribí en clases de marinera, nivel básico, a los 24 años. No fue difícil realizar las posturas, fue recontra difícil: cuidar la postura, coordinar los movimientos de la falda y el pañuelo, trasladarme en el espacio, coordinar los pasos al ritmo de la música y, por si fuera poco, coquetear y enamorar a través del baile. Pasaron algunos meses y aprendí a defenderme, al menos podía salir del paso en alguna reunión pequeña. “¿Y por qué no concursas?” me preguntaron… “¡Ya pues!”, respondí.
Solo fue un baile, pero para mi fue EL baile. Lo viví, lo disfruté, lo amé. Sí, me miraban desde afuera de la pista los jueces y el público, pero no me importaba su calificación, yo solo quería bailar y estar a gusto con lo que hacía, esa era mi mejor valoración. Sí, hubo miedo, pero eso no me detuvo. Sí, fue difícil, pero eso no me intimidó. Y, como muchas cosas bonitas que me han pasado, compartir con mi esposo ese baile fue especial.
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Después de esta experiencia quise retarme nuevamente, por algunas referencias encontré en Facebook a Ladies Latinas, y me enamoré del proyecto. Me encantaron los géneros, el baile y el disfrute en escena. “¡Vamos pues!”, me dije, recordando los Mundiales de Salsa que veíamos con mi mamá por televisión, largas jornadas durante las cuales me preguntaba si algún día sería capaz de realizar alguna de esas piruetas. Entré con una mezcla de miedo y curiosidad, el entusiasmo inicial ahora era incertidumbre, solo había visto lo que hacen por videos y mi corazón me dijo “métete”, pero ahora ya era todo real y yo era parte de ello. Nunca olvidaré mi presentación en la primera clase, cuando le dije al grupo dirigido por Cinthya: “Algún día iré a un Mundial (de Salsa), aunque sea de espectadora, pero iré.”
Afortunadamente en Ladies Studio encontré lo que jamás imaginé. Pasé de vivir la experiencia de algunas clases donde decía “qué chévere, me gusta la salsa”, a otras en las cuales me sentía orgullosa porque finalmente, luego de tanta insistencia, había logrado mirarme al espejo durante toda una canción. También lloré, luego de mi primera clase de bachata porque no entendía los movimiento y debía emplear partes de mi cuerpo de las cuales ignoraba su existencia. Miraba mi cuerpo, lo exploraba a través del movimiento, me iba (re)conociendo y siempre descubría algo nuevo.
Nada de esto hubiera sido posible si no me hallaba en un espacio seguro donde no cabe la posibilidad de criticar al otro para destruirlo. Donde el buen humor, el respeto y el trabajo en equipo me hacen olvidar las épocas donde sentía mala vibra, miradas y comentarios incómodos. El amor, la disciplina, la paciencia y el compromiso de las profesoras con el proyecto también son elementos clave en este proceso de construcción colectiva, recordándonos siempre que el aprendizaje es una constante, así como el apoyo mutuo. Pero lo más importante, que la experiencia de aprendizaje, es personal, donde cada una logrará el objetivo a su tiempo.
Pero había una prueba de fuego, la presentación de fin de año. Me inscribí en bachata y salsa, aunque la primera me había hecho llorar, quise retarme una vez más. Las presentaciones en público nunca me habían puesto nerviosa, pero esta vez sí. Extrañamente, mi preocupación principal no era el baile, sino el crecimiento emocional que había experimentado. Todo lo que había logrado a través de los ensayos, la interacción con mis compañeras y la lectura de mi cuerpo y mi yo interior; eso era lo que tenía para mí más valor y significado que dar las vueltas a tiempo, y eso quería que valoraran quienes fueron a vernos. ¿El resultado? Felicidad total, donde el ritmo que más me hizo sufrir fue el que más destacaron, ese que me hizo llorar al principio, estuvo “bravazo”, “imponente”, “fuerte”.
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Amo Ladies Studio no solo por todo lo que me está enseñando a través de la danza. Sigo aprendiendo sobre los ritmos, el origen del movimiento o la relación entre los géneros musicales, pero también sobre el respeto por el otro y por uno mismo. Ya no me siento mal por ser grande, ya no me siento mayor para aprender algo nuevo, ya no me frustra no encontrar ropa de mi talla. Hoy me siento a gusto conmigo misma, con mi capacidad de descubrimiento y asombro a través del baile, con la seguridad que he adquirido frente a nuevas situaciones donde debo interactuar con otros.
Así que aquí me tiene #LadiesStudioPorSiempre jajaja un espacio donde no solo aprendo a bailar ritmos latinos porque me gustan, sino porque me ofrece la oportunidad de avanzar a mi propio ritmo, conocer, descubrir y crecer como ser humano.