La mejor version de mi (incluso en tiempos de coronavirus)
Es raro que en esta época tan compleja para el Perú y el planeta me pidan que escriba sobre Karina bailando, algo tan diferente a lo que regularmente escribo, que es sobre la conservación de los bosques y nuestro rol como seres humanos ante un planeta en crisis y que pide a gritos que seamos más conscientes para poder sobrevivir en ella en tiempos de emergencia climática y sanitaria.
Pero me parece una oportunidad maravillosa, porque si bien “conservar la VIDA para compartirla con todas y con todos” es mi misión, detrás de esa misión estoy yo, un ser humano con pasiones mas allá de su trabajo y de su amada familia, con momentos de placer tan necesarios para el equilibrio, y en esos espacios y momentos se ubica el baile.
Bailar para mi, siempre ha sido una poción mágica de felicidad y autenticidad, de libertad de ser y de expresar, de encontrarme conmigo misma, de sentirme bella, de sentirme sensual, de transmitir desde adentro todo lo bueno que hay en mi, de intensidad, de sentirme viva.
Estoy a poco de cumplir 49 años, y no recuerdo ninguna etapa de mi vida en la que no haya bailado, he bailado en los mejores y peores momentos de mi vida, cuando estaba triste o cuando estaba feliz, he llorado a mares y he reído a carcajadas mientras bailaba, he conquistado corazones, amistades, ciudades, sociedades bailando. He bailado de niña debajo de la lluvia, de joven en los bosques, de adulta en las calles; he bailado al frente de un espejo en una discoteca y encima de una mesa en fiestas entre amigos y no tan amigos, he bailado con mi pareja bien apretaditos y enamorados, y sola con los ojos cerrados sintiéndome dueña y señora del universo en espacios abarrotados de gente, donde sentía que no existía nadie más que yo. Y si me preguntarán qué de lo que haz hecho hasta ahora quieres seguir haciendo luego de los 50, o luego que pase este aislamiento obligatorio, pues entre mis prioridades siempre estarán el de amar, orar, bailar, reír, viajar, leer, manejar bicicleta y más; el baile entre una de las cosas que más me gusta hacer y quiero seguir haciendo hasta que sea viejita.
De dónde me viene toda esta pasión, pues como muchos ya saben soy amazónica, nací en un pueblo pequeño llamado Juanjuí a orillas del río Huallaga, mi padre amante de los tangos, boleros y valses, en una radiola (de esas antiguas) ponía música casi todo el día, y a él le gustaba mucho organizar fiestas, donde hasta las pequeñas y pequeños participábamos, y si tengo un recuerdo vívido de él, pues es en la pista de baile, gordo, alto, hermoso, con un ritmo que generaba admiración en todo el mundo, mi mamá que no es tan buena bailarina parecía una profesional en sus brazos, admiración que yo compartía. Con él aprendí a bailar, primero sobre sus pies, y luego a su lado, siempre de a dos, tenía una forma increíble de llevar el paso, parecía que flotaras en el aire cuando te llevaba con delicadeza pero también con seguridad, quizá el mayor vínculo que tuve con él fue a través del baile; hasta los 20 años, cuando le tocó despedirse, lo hicimos bailando, y creo que fue una gran despedida, porque es así como siempre lo recuerdo. También, están en mi memoria, de una niñez sin televisión, a mi hermana Gina y a mi sacando cuanta coreografía había Grease entre las mas memorables, porque además las presentábamos en las reuniones de adultos. O cuando ya en Lima en Santa Cruz, con mis amigas sacábamos las coreografías de Parchís y Menudo y los bailábamos en el balcón e invitábamos a los chicos y a las chicas del barrio, todo un show, o en el colegio, y de adolescente ganando concursos de afro o de lambada en la calle, y como pude sobrevivir en un viaje de mochilera por Brasil enseñando a bailar (no se cómo) afro, con eso puedo seguir y traer a la mente miles de recuerdos.
Ya adulta antes de los 30, cuando aún mantenía la figura menos robusta que la de ahora, me llegaron a insinuar que me había equivocado de profesión (soy bióloga), y me propusieron, no una sino varias veces, ser bailarina de música tropical, esa etapa es muy graciosa, porque nunca bailé para los demás, siempre bailé para mi, y el hacerlo en público no entraba en mi radar, ni mucho menos como un oficio, pero igual agradecida siempre porque representaban masajes para el ego siempre necesarios, más aún cuando eres joven.
Dentro de los requisitos que le pedí al universo, si alguna vez me casara, el elegido debía, entre otras cosas, saber bailar, y tal y como lo decreté me casé con mi charapa que canta, toca instrumentos y baila, así que en mis 18 años de matrimonio hemos seguido bailando juntos, aunque debo reconocer (él no lo admite) que el disfruta más viéndome bailar que bailando conmigo.
Hace un año, por una lesión de mucho tiempo atrás en mis cervicales, me quedé inmovilizada todo el hombro y brazo derecho por casi dos meses y los doctores me obligaron dejar todo tipo de ejercicios, incluido el baile, ese 2019, duro para alguien hiperactiva como yo, porque varias de las cosas que más que gustan hacer implican movimiento, entre esas el baile. Mientras tanto veía como una de mis hijas (tengo 2, Majo de 23 y Mika de 16), Majo, encontró un espacio en el baile para su propio crecimiento personal, en Ladies Latinas, la veía tan feliz con cada logro, creo que todo el 2019 ella bailó por mi, porque su alegría la sentía como mía, y cuando la vi en el escenario tan llena de gozo, gocé con ella. El 2020 llegó con la buena noticia de que estaba bien y que podía retornar a hacer ejercicio, y quise darme el regalo de hacer algo que nunca había hecho, inscribirme en clases de baile. Desde el inicio de mi relato he resaltado mi pasión por el baile, pero nunca lo hice profesionalmente, yo cierro los ojos y dejo que mi cuerpo se manifieste, miro algunos pasos y dejo que mi cuerpo haga el resto. Ese regalo lo hice con Ladies Latinas, y que regalazo fue, dos meses en básico 1 y 2, fue una gozadera absoluta, las dos primeras clases de mucha frustración, al ser una bailarina de solo sentimiento, no existe disciplina en mi cuerpo, ni mucho menos en mis pies, ni en mis brazos, pero luego con la paciencia (y que paciencia) de mis profesoras, maravillosas todas (Stefanía, Rita, Bárbara y Malú), fue quedando atrás la frustración y regresando el gozo, luego tuve unas clases libres en San Borja, ahí me sentía súper perdida, pero mi capacidad de asombro hacía que celebrara cada paso que por fin salía. En la última clase libre conocí a Mía, no pude seguirle los pasos, pero más allá de desanimarme me quedé mirando con alegría todo lo que se podía transmitir a los demás con el cuerpo, quedé alucinada y feliz de ser parte del grupo. Me despedí en febrero, porque regresaba a mi sede en Moyobamba, y a mis continuos viajes de trabajo. Pero en esos viajes me cogió el aislamiento obligatorio en Lima, con mi Majo, y si bien sigo trabajando de manera electrónica, la hora esperada del día es cuando se conectan en vivo Ladies para compartir su arte y su buena vibra; es cierto mi cuerpo sigue tan indisciplinado como siempre, en teoría todo funciona de las mil maravillas, pero mi cuerpo con vida propia. Soy feliz intentándolo y eternamente agradecida porque están ahí, y mientras dure el aislamiento con la mejor compañera del mundo mundial. Espero seguir con ustedes mucho pero mucho tiempo más.
Amo bailar, amo expresarme a través del baile, amo recargarme de energía cuando bailo para cumplir mi misión, amo la versión de mi cuando bailo, porque es la mejor versión de mi.