Varios caminos, pero sola danza
Hola! Mi nombre es Carolina y hoy les comparto un poco de mi historia sobre cómo la danza ha sido el camino para la búsqueda de mi felicidad y crecimiento personal.
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La Victoria - Lima, corría el año 1999, eran alrededor de las 4 pm y, como todos los días, me disponía a ir a clases de festejo en la “Valentina de Oro” acompañada por mi mamá. La verdad es que no recuerdo cómo es que empezó mi amor por la danza pero lo que intuyo es que viene en el adn porque mi mamá, entre muchas cosas, es también bailarina de marinera.
Los relatos de ella me cuentan que cada vez que escuchaba música, sin siquiera poder caminar bien, me paraba a bailar y le pedía que me acompañe. Rápidamente notó que amaba bailar y comenzó a enseñarme todo lo que sabía en la sala de nuestra casa desde lambadas hasta ritmos peruanos, ahí se dio cuenta que amaba el festejo, hace alusión a que me “quebraba bailando”, así que buscó una escuela para que siga aprendiendo.
Entonces, ahí me encontraba yo, super peinada con un moño, con menos de 1 metro de estatura y en mi grupo de clase con niñas entre 4 y 5 años como yo bailando a todo pulmón con música en vivo, algo en definitiva sin igual. No puedo describir lo feliz que era, no entendía bien cómo mi corazón se alegraba tanto de estar en ese espacio y encontrar paz. Luego, con el tiempo, descubriría que esa sensación es lo que ahora entiendo y puedo llamar libertad. Me marcó.
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El tiempo pasó y las cosas cambiaron. En mi caso, lo que cambió fue el trabajo de mi papá, que es militar, y nos tocó mudarnos y vivir entre Lima y provincia. Fueron tiempos difíciles, pero de cierta forma nunca dejé de bailar, a pesar de alejarme físicamente de la escuela de danza. Probablemente, en mi vida jamás haya habido un “antes de la danza” porque siempre la tuve presente gracias a mi madre, una pieza clave en mi vida para que descubra esta pasión. Los años pasaron y yo solo bailaba en los talleres del colegio o para mí, claramente está que no me perdía ninguna actuación, ¡era lo que alegraba el año escolar por completo! Esperaba que fuera día de la madre/ del padre, o algún motivo de celebración para tomármelo muy en serio. ¿Y cómo no? Si solo bailando era feliz, lo tenía clarísimo. Nuevamente, el trabajo de mi papá hizo que regresáramos a vivir a Lima. A esa etapa de mi vida, si tuviera que ponerle un título, le pondría “La nueva”. En 5 años escolares, pasé por 4 colegios diferentes. Siempre se me hizo difícil integrarme, hacer amigas sobre todo. Era duro generar lazos y luego tener que despedirse. Pero llegó esta etapa y con los momentos triste, también vinieron los momentos felices. Así fue como una amiga de mi nuevo colegio en Lima me animó a estudiar teatro musical. La verdad era que ella no quería ir sola, y como ya éramos casi adolescentes, yo solo acepté para asegurar su amistad. El hecho de estar en grupo se volvía importante, ya no quería seguir siendo “la nueva”.
Así fue como retomé oficialmente mi preparación en el arte. Tenía 13 años y finalmente volvía a clases de baile. Esta vez la acompañarían clases de teatro y canto. Fue transformador. Mi amiga solo estudió 3 meses, mientras que yo me quedé 3 años. Le agradezco. La actuación me ayudó a abrir mi corazón de nuevo, lo llevaba muy cerrado ya que se había acostumbrado a las despedidas, el canto me volvió sensible y aún más disciplinada ya que era mi mayor desventaja frente a mis compañeros (¡yo solo había cantado en la ducha!) pero la danza… Recordé lo que sentí a los 5 años cuando bailaba con el cajón vibrando. ¡Era feliz de nuevo! Estudié Jazz y danza contemporánea, mi cuerpo conoció nuevas formas de expresarse. Me enamoré aún más de la danza.
Se acababan mis días en el colegio y, sin saberlo, mis días en el teatro musical también. Cuando expresé que quería ser artista, mis papás no lo aceptaron. Eran muy felices viéndome feliz con el arte pero no era lo que ellos querían para mí. No me pagarían la carrera. Con 16 años estaba asustada. ¿Cómo podría hacerlo sola por mi cuenta? Mi corazón se rompió, fue el punto de quiebre para todo. Debí haber sido más valiente pero no lo fui.
Con el dolor de mi corazón, decidí estudiar Ingeniería industrial con la promesa de que luego yo me pagaría lo que realmente quería estudiar. Me preparé muy duro, me alejé de todo solo para estudiar porque eso sí, si iba a hacer algo, lo iba a hacer bien así no me gustara. Postulé a la PUCP e ingresé dentro de los 50 primeros puestos y así fue como mi vida hizo un giro de 180 grados.
Era todo un mundo nuevo el de la universidad. Siendo ingeniería mi carrera, no había muchas candidatas para hacer nuevas amigas. Como no sentí la gran diferencia con mi etapa escolar, decidí inscribirme en varios grupos multidisciplinarios. Estudié, entre otras cosas, danza contemporánea, telas, folklore y ballet. Llegó el tiempo de “Interfacultades” / “semana de ingeniería”, las olimpiadas de la universidad, y descubrí una nueva faceta mía: la de competir. Para alguien tan competitiva como yo, ¡era la gloria!
Dentro de todo, la universidad no logró alejarme de mi pasión. Me encargaba de estar presente en cada bailetón, en cada noche cultural (concursos de danzas folklóricas), es decir, en cada actividad artística. A mi manera, adormecía el dolor de estar lejos de mi pasión. Lamentablemente, algo que también marcó esta etapa, fue la competencia entre mujeres. Era muy doloroso sentir cómo siendo parte del mismo equipo prevalecía el egoísmo en lugar de la solidaridad. Me hicieron daño y salí herida. Al intentar comprender el porqué, me encontré con esto: “Cuando competimos, no estamos compitiendo contra otras mujeres, sino, en última instancia, contra nosotras mismas” y eso se da, creo yo, porque encontramos en la otra una mejor versión que nos gustaría ser. Era algo en lo que en cierto punto había sido tanto causa como efecto. Me sentí sola y triste.
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Esta etapa terminó con muchos altibajos. Me gradué y titulé con honores en algo que no me hacía para nada feliz. Ya tenía trabajo asegurado así que no lo pensé mucho, seguí el curso. Sin darme cuenta, me encontraba ya trabajando 4 años y con intentos muy vagos de retomar el baile. Me convencí de que mi momento ya había acabado y de que ya no podía seguir soñando. Intenté poner bajo la almohada la promesa que me hice hace unos años, la de luego pagarme mis propios estudios. Las responsabilidades ya habían llegado y todo de golpe. Pero las redes sociales hicieron su magia y me encontré con “Ladies Studio”. Me quedé pensando sobre lo que fomentaban: “Empoderamiento femenino a través de la danza”. La verdad es que no logré entenderlo, jamás lo había experimentado. Pasó el tiempo y llegó la convocatoria para el primer programa anual de la escuela en donde me formarían como una artista de la danza completa. Me ilusionó la idea. Nunca en mi vida había tomado clases de ritmos latinos, claramente me gustaba bailarlos, pero siempre “a mi manera”, como todas antes de Ladies jaja
Mis días eran cada vez más insostenibles, mis miedos eran cada vez más grandes, la sensación de límite había llegado, así que tomé la decisión de intentarlo. Me tomó años pero ya no había marcha atrás. Postulé y me aceptaron. Primer paso, check.
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Cuando llegué a Ladies, solo tenía como expectativas aprender un nuevo género de baile y formarme como la bailarina que siempre quise ser, pero mi sorpresa fue grande cuando lo que en realidad encontré fue a una segunda familia. Encontré lo que siempre me hizo falta, amigas de verdad. Y fue ahí cuando entendí lo del empoderamiento femenino. Me parece que esta frase lo resume bien: “Alumbrando a otras no perdemos luz, al contrario, hacemos que el camino para todas sea mucho más claro”. Todas estas mujeres, desde las profesoras hasta las alumnas, llenas de fuerza y brillo me acogieron para levantarme con ellas y perseguir mi gran sueño. Entendí que “los soñadores no pueden ser domados” y que este era mi momento de ser realmente libre y, sobre todo, feliz. Mis días cambiaron por completo. Aprender salsa y bachata en el PA ha sido sumamente retador y abrumante por el nivel de exigencia, pero todo se ha hecho mucho más ameno por el ambiente que esta escuela promueve, hace que te sientas parte de y genera lazos contigo. Era algo que no había encontrado del todo en otras escuelas y por lo que desistía constantemente de bailar. Otro factor que también aprecio es que no solo se enfocan en ritmos latinos sino que buscan de que sus alumnas sean completas, con formación en otros géneros que complementen a los ritmos latinos. Ahora en cuarentena, en tiempos tan difíciles, reafirmo que mi decisión fue la mejor: el hecho de haber retomado el baile y hacerlo parte indispensable de mí junto con Ladies Latinas me ha salvado de colapsar, me ha salvado de perder la alegría, me ha salvado de perder la esperanza. Me conforta no haber perdido el contacto, su plataforma virtual mantiene ese espíritu de enseñanza que las caracteriza.
Gracias a la danza me siento capaz de lograr todo lo que me proponga, así el camino sea muy duro y así se me presenten mil obstáculos porque “quien desee ver el arcoíris, debe aprender a disfrutar de la lluvia”. Y en eso ando, saltando alegre en cada charco que encuentre.
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